Hace tiempo escuché la historia de un músico reconocido en el mundo artístico que tuvo un encuentro radical con Jesús el cual le llevó a una vida transformada. Este hombre rápidamente comenzó a cambiar muchas cosas en su vida, entre ellas, su música. Él comenzó a componer canciones que hablaban de Jesús y de lo que Él había hecho en su vida y comenzó a tener giras y conciertos para presentar su nuevo material. Un buen amigo mío que admira a este gran artista tuvo la oportunidad de verlo en un concierto en vivo cuando la conversión de este personaje estaba muy reciente. Durante el concierto, este músico tuvo un espacio en donde hizo un increíble solo con su instrumento en el cual él se destacaba mucho y mientras lo hacía todos estaban fascinados con su talento. Lo que se me hizo curioso es que mi amigo me contó que al terminar el solo, toda la multitud comenzó a aplaudir euforicamente y justo cuando los aplausos comenzaron a disminuir, este hombre dijo: “¡gracias!, ahora démosle un aplauso a Jesús”. Claramente en ese momento el aplauso fue compartido, fue para él y para Jesús.
Esta historia siempre me hace pensar en las palabras del Apóstol Pablo en la carta a los Gálatas:
“Queda claro que no es mi intención ganarme el favor de la gente, sino el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la gente, no sería un siervo de Cristo. (Ga. 1.10NTV)”
En estos versos, Pablo es muy claro al decirnos que no buscaba el aplauso de los hombres. No estaba interesado en que sus amigos, sus conocidos, o aquellos quienes aprendían de él fueran quienes le aplaudieran. Él es muy claro al decirnos que la motivación de todo lo que hacía era conseguir el aplauso del cielo y no el de la tierra.
Su predicación, sus viajes misioneros, las iglesias que plantaba y todo en lo que Pablo se esforzaba, tenía el propósito de agradar a Dios, no a los hombres.
Estoy muy seguro que la mayoría de nosotros entendemos que todo lo que hacemos en la iglesia es para Dios y no para el hombre. Este es el enfoque correcto, sin embargo, hay algo que el mismo apóstol Pablo nos recuerda en otra de sus cartas:
“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para su edificación. (Ro. 15.2 NBLA)”
¿Qué agrademos a nuestro prójimo?¿no acaba de decir el Apóstol Pablo que no buscamos agradar al hombre si no a Dios?
Estoy convencido de que la tensión entre estas dos ideas nos pueden dar una perspectiva que tiene el potencial de ser de mayor bendición para todos nosotros que estamos involucrados en el ministerio.
Siempre existe la tendencia a irnos a los extremos. Y la realidad es que si nos dejamos llevar por esta tendencia pueden suceder dos posibles escenarios. El primer escenario podría ser inclinarnos hacia el extremo de “solo el cielo”, en otras palabras, que nos enfoquemos en Dios, solo en Él (lo cual es correcto). En este caso, debemos ser intencionales en no olvidarnos de las personas a las que estamos sirviendo, sus luchas, sus necesidades, sus problemas, en fin, de estar conectados con nuestro prójimo. Y el segundo posible escenario podría ser inclinarnos completamente al extremo de “solo la tierra”, en otras palabras en el que solamente estamos enfocados en agradar a las personas, a llenar sus expectativas, a cumplir sus deseos y las preferencias de sus gustos, pero que sin darnos cuenta dejemos a Dios, Su voluntad y sus deseos por un lado, lo cual de acuerdo a Pablo, sería un estorbo para servir a Cristo.
Así que, ¿existe balance entre estos dos extremos?
Jesús lo enseñó así: “ Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es igualmente importante: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. (Marcos 12.30-31 NTV)
Jesús nos enseñó que nuestra motivación debería ser escuchar los aplausos en el cielo, saber que estamos agradando y glorificando a Dios con todo lo que hacemos, pero a la misma vez, deberíamos anhelar escuchar aplausos en la tierra, y no… no aplausos para nosotros, sino aplausos de la tierra hacia el cielo que se producen en personas a las que podemos servir y que a través de nuestro servicio pueden conocer más a Jesús, deslumbrarse por la bondad de Jesús y como resultado, levantar sus manos para aplaudir y glorificar al que es digno de alabanza.
Vivamos en el centro de esta tensión y no en los extremos. Anhelamos escuchar aplausos en el cielo, y a la vez aplausos de la tierra dirigidos a nuestro Dios que habita en el cielo.