¿Con qué frecuencia debemos hacer cambios?

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¿Con qué frecuencia debemos hacer cambios?

¿Con qué frecuencia debemos hacer cambios? Si hay algo que no podemos evitar en la vida son los cambios. Como líder de ministerio o miembro de algún equipo, te habrás dado cuenta de cómo es casi imposible que las cosas se queden estáticas y sin necesidad de cambio.

Todo está cambiando, las temporadas, las tendencias, las necesidades de la sociedad, la tecnología, el tipo de música, y así sucesivamente pudiéramos hacer una gran lista acerca de todo lo que está en constante cambio. En sí, no hay duda alguna de que todos pudiéramos estar de acuerdo en que las cosas están cambiando todo el tiempo. El tema que realmente es importante y en dónde sí hay una diferencia es en el tiempo o la “frecuencia” que cada quién abraza el cambio.

Ahí es donde definitivamente está la diferencia. Algunas personas abrazan el cambio con mucha facilidad y con mucha rapidez. Parece que para ellos el cambio no solo es algo que se les da naturalmente sino que es algo que buscan todo el tiempo, mientras que otras personas pueden sentir cierta resistencia al cambio tratando de prolongar el tiempo para evitar que este llegue. Sea que te identifiques con un tipo de persona o con otro, la intención de esta entrada es de proveer algunas ideas sobre la frecuencia del cambio y cómo podemos lograr identificar cuando el cambio es necesario “ahora”, o cuándo el cambio debe esperar para “después”. Queremos que estas ideas puedan ayudarnos como líderes a poder aprovechar lo que es inevitable (el cambio), y usarlo a nuestro favor para que el cambio no sea un elemento sorpresivo para nosotros sino un aliado que nos ayudará a crecer.

La manera en la que queremos presentar estas cuatro ideas será diferenciando cuando una situación necesita un cambio “ahora”, y cuando necesita un cambio “después”.

Éxito funcional pero sin avance: cambio ahora. Cada vez que planeamos algo establecemos una meta por alcanzar. Esta meta se vuelve el enfoque y la razón del esfuerzo y por supuesto, cada vez que alguien se propone una meta es obvio querer alcanzarla exitosamente sin embargo, esta situación representa un riesgo cuando esa meta al ser alcanzada nos posiciona en una situación en la que dejamos de avanzar. Hay algunos líderes influyentes que comparten la idea de que el éxito puede ser a veces nuestro peor enemigo ya que tiene la capacidad de darnos satisfacción y al mismo tiempo el sentimiento de haber terminado. Aquello que funciona, ¿sigue dando resultados?, ¿está avanzando el ministerio? O solo… funciona. Por supuesto siempre será incómodo dejar aquello que funciona y a lo que estamos acostumbrados pero debemos ser honestos con nosotros mismos y evaluar si es que estamos avanzando o estamos estancados en una silla inmóvil de “éxito funcional”.

Cambio constante con todo inestable: cambio después. A veces, hay personas que son aficionadas al cambio (no es algo malo), sin embargo algo que es vital en cada organización siempre es la constancia y la estabilidad. Cada vez que queremos hacer cambios debemos examinar si es por “el amor al cambio” simplemente o porque realmente este es necesario. Una de las señales que nos dejan ver que no es momento de cambiar es cuando estamos cambiando constantemente pero en ninguno de los cambios realmente se logra algo funcional y estable. La mayoría de las veces el fruto toma tiempo y es por esto que cuando cambiamos tantas veces y tan rápido es muy poco probable que veamos avance. Cuando hagamos cambios constantes debemos preguntarnos ¿he dejado pasar una cantidad de tiempo considerable para dejar que el cambio de fruto? Si es así, adelante a lo nuevo pero si no es el caso, entonces vale la pena determinar un tiempo para dejar que las cosas se “cocinen” a su tiempo.

Me gusta pero la verdad no funciona: cambio ahora. Una de las cosas a las que debemos prestarle atención como líderes es a no querer implementar cosas solamente por un gusto o una preferencia personal. El riesgo del que queremos hablar en este punto es cuando nos sentimos muy contentos con algo, debemos evitar el riesgo de que sea solo por la apreciación personal hacia aquello que hemos implementado y no lograr darnos cuenta que no está funcionando. Como todo en la vida, hay cosas que pueden ser de nuestro agrado y no necesariamente son buenas y funcionan. Usando el ejemplo de la alimentación, todos podemos estar de acuerdo que la comida “chatarra” y llena de carbohidratos siempre van a ser más agradables, sin embargo, no las más saludables. A veces aquello que no nos gusta es lo que termina haciendo más bien a la larga, (si… como las verduras). Por qué no han cambiado las cosas, ¿por qué tienes un aprecio personal hacia lo que estás haciendo?, ¿porque no te gustan otras formas? Debemos recordar siempre que lo que estamos haciendo por Dios siempre debe ser más grande que nuestros gustos o preferencias.

Ya nos aburrimos, queremos lo nuevo: cambio después. Es verdad que en la rutina, en la constancia existen momentos en los que sentimos pérdida de emoción lo cual puede llevarnos a sentir la necesidad de hacer cambios, pero debemos tener cuidado con esto, ya que existe un riesgo en hacer cambios por la razón equivocada del aburrimiento. Hay cosas que no necesariamente son las más emocionantes pero que son las necesarias y las que dan fruto. Así que, una vez más debemos tener cuidado de hacer cambios por la razón de querer encontrar emoción en algo más. Si sientes que es rutinario debes preguntarte, ¿pero está dando resultado?, ¿está produciendo fruto y crecimiento? Si es así, en lugar de proponer un cambio la pregunta correcta sería ¿cómo podemos hacer lo mismo pero más emocionante? Y dejar que lo que ya está funcionando siga su curso.

¿Qué frecuencia? Finalmente, algunos han preguntado “¿con qué frecuencia debemos hacer cambios?”. No hay una respuesta definitiva ya que cada iglesia tiene un contexto distinto, pero tomando el ejemplo de algunas iglesias, sabemos que hay iglesias que cada vez que implementan un nuevo programa lo evalúan por cuatro meses. Si después de ese tiempo no da resultado entonces se propone un cambio. Hay otras iglesias que evalúan cada seis meses y otras en el lapso de un año. Más allá de establecer una cantidad de tiempo universal, realmente debemos definir el tiempo de desarrollo de las cosas cada uno de nosotros y fijar el tiempo de cambio. Todo esto, siempre, con el mismo propósito de crecer, de avanzar y de ver a la iglesia servir a su comunidad.