Sea cual sea el tipo de deporte, disciplina o arte, vamos a encontrar que como sociedad hemos tenido siempre el impulso de fomentar un “torneo” o “competencia”.
Es como si no solo queremos poder apreciar el talento de alguien, sino que siempre tenemos la inclinación a querer demostrar el talento a cosa de alguien que tiene menor talento. La idea de las competencias es ver quién es el mejor y por default, quién no lo es.
Hay una especie de deleite o gusto en ver a alguien con talento vencer a otra persona que también aspira a ser el mejor en ese talento. Es como si fuera un acto admirable poder derrotar a otra persona gracias al talento para finalmente recibir el “trofeo” o la “corona”, en otras palabras… la gloria de la victoria.
En ningún sentido nuestra intención decir que las competencias o torneos son algo malo, por supuesto que no es así, hay virtud en el tema del arte y el deporte. Sin embargo, lo que queremos acentuar en esta entrada, es que de una manera muy sutil, la dinámica de la competencia y de vencer al otro para ganar la corona gracias a mi talento, se puede volver parte de nuestra cultura personal.
Debemos reconocer que así como encontramos un deleite natural en las competencias de deportes o artes, muchas veces también llevamos este deleite de la competencia a lo más profundo en nuestro corazón.
Es una realidad que Dios nos ha bendecido a todos con diferentes dones y talentos. Y también es una realidad que hay personas que tienen más desarrolladas las capacidades de su talento y destacan por su habilidad.
El asunto no es si tenemos dones o no, la pregunta en sí que queremos plantear es, ¿debemos tener la misma cultura de competencia? Este planteamiento lo hacemos desde el enfoque de la iglesia y de sus respectivos equipos.
En la iglesia tenemos músicos en el equipo de alabanza, diseñadores en equipos creativos, organizadores en los equipos de logística, fotógrafos en el equipo de media, en fin, una serie de áreas que llevan en sí mismas gente que ponen al servicio de la iglesia su talento.
Estando un grupo de personas llenas de talento con el que quieren servir al Señor, ¿cuál debería ser nuestra cultura?
La que no debería ser, es la de la competencia.
En la iglesia m, A diferencia de las competencias, no buscamos la gloria, no buscamos el triunfo personal, y mucho menos derrotar a otros. De hecho, a diferencia de las competencias, en la iglesia cada vez que alguien es derrotado, todos somos derrotados ya que la Biblia enseña que somos un cuerpo, por supuesto con muchas partes, pero en fin un solo cuerpo.
Pablo nos enseña través del siguiente versículo, cuál es puntualmente la cultura que deberíamos de abrazar en la iglesia sobre todo cuando se trata de nuestros dones y talentos.
Romanos 12:10 Ámense unos a otros con un afecto genuino y deléitense al honrarse mutuamente.
A diferencia de encontrar el deleite de la competencia, Pablo nos enseña a abrazar el deleite de la cultura de honor.
Una cultura de honor no persigue la gloria personal, el reconocimiento propio, ni una corona individual.
La cultura de honor no tiene un enfoque individualista y centrada en uno mismo. La cultura de honor es todo lo contrario, está centrada en los demás y busca oportunidades para reconocer al otro.
Es radical considerar las palabras de Pablo al decir “deleitense”, en honrarse. Esto es porque no es nuestra cultura normal.
Quizá pareciera no ser tan “radical” o impactante esta idea de la cultura de honor, pero al escribir acerca de esto, lo hacemos tratando de darle una nueva perspectiva a esta idea.
Alguna vez escuché a un predicador decir:
“¿Cuántas cosas más lograríamos si no importara quién se lleva el crédito?”
Cuando lo escuché pensé la misma frase pero contextualizada al presente, algo así:
“¿Cuantas cosas no estamos logrando como iglesia por estar esperando tener el crédito?”.
Prácticamente lo que podemos entender de esto es que, la cultura de la competencia en la iglesia nos está privando de lograr y alcanzar las cosas que Dios tiene para la iglesia por querer buscar una corona individual.
Es por esto que una cultura de honor es sumamente vital para el avance y el crecimiento de la iglesia. Esto es ya que se fomenta unidad, armonía, seguridad y al final procura que la única persona que brille y reciba gloria es Jesús.
La cultura de honor es una cultura del reino, una cultura que avanza la iglesia y una cultura que necesitamos.
¿Por qué no tomar el tiempo para comenzar a honrar a las demás personas en nuestros equipos? Compartirles la bendición que son para nosotros y reconocer el talento que Dios les ha dado.