Uno de los mayores privilegios que tenemos como seguidores de Cristo es el de poder servir en Su obra. Sin embargo, si somos honestos, hay momentos en los que el servicio puede volverse rutinario. Es fácil caer en la costumbre de cumplir con nuestras responsabilidades sin darnos cuenta de que hemos perdido la alegría con la que antes lo hacíamos. ¿Te has preguntado si en este momento estás sirviendo plenamente? ¿O sientes que simplemente estás cumpliendo con un deber?
La realidad es que todos podemos llegar a ese punto. Comenzamos sirviendo con pasión y gratitud, pero con el tiempo, el ritmo del ministerio, las demandas diarias, y nuestras propias preocupaciones pueden apagar esa chispa inicial. De repente, nos encontramos haciendo las cosas por inercia, sin detenernos a considerar el estado de nuestro corazón. El peligro de esto es que el servicio sin un corazón pleno puede convertirse en una carga, en lugar de una oportunidad para glorificar a Dios.
Es por eso que necesitamos detenernos y reflexionar: ¿Cómo está mi corazón al servir? ¿Estoy sirviendo con la misma gratitud y gozo que tenía al principio?
En Deuteronomio 28:47 se nos da una advertencia importante: “Por cuanto no serviste a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas.” Este versículo nos recuerda que Dios no solo está interesado en lo que hacemos, sino en la actitud con la que lo hacemos. El servicio con un corazón pleno no es una simple recomendación; es esencial.
El gozo de servir proviene de entender quién es el que nos ha llamado a hacerlo. Cuando olvidamos esto, es fácil perder el propósito. Servir al Señor no es solo cumplir con tareas o cubrir un puesto en la iglesia, es ser parte de algo más grande y trascendental. Es contribuir a una misión eterna que tiene un impacto directo en la vida de las personas y que, sobre todo, da gloria a Dios.
¿Recuerdas por qué comenzaste a servir? ¿Recuerdas esa sensación de ser parte de algo mucho más grande que tú mismo? Tal vez has llegado a un punto en el que ya no sientes esa misma emoción. Si es así, este es un buen momento para detenerte, hacer una pausa, y preguntarte: ¿Qué ha cambiado? ¿Qué ha pasado en mi corazón?
El servicio al Señor, cuando se hace con gozo, no solo bendice a otros, sino que también nos llena a nosotros mismos. Volver a encontrar esa alegría implica recordar quién es Aquel a quien servimos. No lo hacemos por simple obligación, lo hacemos porque hemos sido transformados por Su amor y gracia. Servir es una expresión de gratitud por todo lo que Él ha hecho en nuestras vidas.
Así que hoy, te invito a hacer una pausa y a evaluar cómo estás sirviendo. Si sientes que has estado sirviendo sin alegría, si notas que te has dejado llevar por la rutina, este es el momento perfecto para renovar tu compromiso. Recuerda que el servicio no se trata de nosotros, se trata de Dios. Cada acto, por más pequeño que sea, tiene un impacto eterno cuando se hace con un corazón pleno y entregado.
No caigamos en el error de simplemente cumplir con las tareas, sino que recordemos que estamos participando en algo mucho mayor: la extensión del reino de los cielos. Al servir, estamos impactando vidas, glorificando a Dios, y siendo parte de una obra que tiene consecuencias eternas. Así que, regresa al gozo. Reaviva la pasión. Y permite que tu servicio sea una respuesta de gratitud por todo lo que Dios ha hecho en ti y a través de ti.