
¿Un altar o un escenario?
Cada semana, en muchas iglesias alrededor del mundo, los equipos de alabanza, los predicadores y los servidores subimos a un lugar que, por necesidad práctica, llamamos “escenario”. Y es verdad, es un escenario. Tiene luces, sonido, instrumentos, pantallas… todo lo necesario para que la reunión fluya bien, para que la gente vea y escuche con claridad, para que se genere orden en medio del servicio. El escenario cumple una función muy importante en nuestras reuniones. Pero hay una distinción que debemos cuidar y mantener siempre presente: aunque sea físicamente un escenario, para nosotros como servidores debe seguir siendo un altar.
Porque lo que define si algo es un escenario o un altar no es su construcción, es la intención del corazón que lo pisa. Es muy fácil empezar a ver ese lugar como una plataforma de exposición, como un espacio donde mostramos lo que hemos preparado, donde ejecutamos lo que ensayamos. Y claro, es cierto: hemos trabajado, nos hemos preparado, ensayamos con dedicación. Pero si no tenemos cuidado, corremos el riesgo de que todo se convierta solo en eso… en un buen desempeño. Cuando en realidad, lo que Dios espera de nosotros no es solo talento, sino una entrega verdadera.
Un escenario es un lugar donde la atención está en lo que hacemos. Un altar es un lugar donde lo que hacemos apunta completamente a quien servimos. Cuando subimos con la perspectiva de que es solo un escenario, evaluamos nuestro servicio con preguntas como: “¿salió todo bien?”, “¿me equivoqué?”, “¿gustó?”, “¿sonó bien?”. Pero cuando subimos entendiendo que estamos en un altar, las preguntas cambian: “¿fue Dios glorificado?”, “¿lo hice desde un corazón sincero?”, “¿estuve presente espiritualmente mientras servía?”, “¿pude rendirme verdaderamente a Él mientras ministraba?”
La diferencia es profunda, aunque a veces no se nota por fuera. Porque puede que nadie vea la diferencia en una pantalla, o en el audio, o en la ejecución técnica. Pero Dios, que ve lo secreto, sí ve la intención con la que nos subimos. Y eso hace toda la diferencia en lo que Él recibe.
En el Antiguo Testamento, el altar no era un lugar opcional. Era el centro del encuentro con Dios. Ahí se ofrecían sacrificios. Ahí se hacía expiación. Ahí se rendían ofrendas. No se trataba de brillar, se trataba de entregar. Y aunque hoy no vivimos bajo el mismo sistema, el principio sigue siendo el mismo: el altar es un lugar sagrado. Es donde entregamos lo que tenemos, lo que somos, y donde reconocemos que esto no se trata de nosotros… se trata de Él.
Por eso, como líderes, músicos, técnicos, creativos, comunicadores o predicadores, necesitamos recordar que no fuimos llamados a hacer performance, sino a ministrar. Y que la ministración comienza en el corazón, no en el micrófono. Podemos tener el mejor sonido, la mejor ejecución, el mejor diseño visual… pero si subimos con un corazón que busca aprobación humana más que agradar a Dios, nos subimos al lugar correcto con el enfoque equivocado.
Subir a un altar nos exige otra cosa. Nos exige humildad. Nos exige honestidad. Nos exige decirle a Dios: “Señor, esto que tengo, esto que sé hacer, esto que preparé… lo pongo delante de ti. No quiero brillar yo, quiero que brilles tú. No quiero que me vean a mí, quiero que te encuentren a ti.”
No estoy diciendo que el talento no importa, ni que la preparación no sea necesaria. Al contrario, la excelencia honra a Dios. Pero no es la excelencia técnica lo que transforma vidas, es la presencia de Dios obrando a través de corazones rendidos. La iglesia no necesita solo más talento, necesita más rendición. Más adoración sincera. Más corazones que digan: “no importa si nadie me aplaude, mientras Dios haya sido glorificado”.
Así que la próxima vez que te subas a ese lugar desde donde sirves —ya sea para cantar, para predicar, para dirigir, o para apoyar en lo técnico— hazte esta pregunta:
¿Estoy subiendo a un escenario… o estoy subiendo a un altar?
Porque esa pregunta puede parecer simple, pero puede cambiar tu manera de servir para siempre. Un escenario impresiona. Un altar transforma. Y el mundo ya tiene suficientes escenarios… pero Dios está buscando altares.