
No todos tocan el piano, pero todos tienen algo que ofrecer
En cada equipo creativo, en cada iglesia, en cada reunión, suele haber talentos que llaman más la atención: los músicos, los cantantes, los que están al frente, los que hacen que todo se escuche, se vea y se sienta bien. Es normal que, en ese contexto, alguien que no está “en el escenario” se empiece a hacer una pregunta silenciosa en su corazón: ¿Y yo qué aporto?
Es ahí donde debemos hacer una pausa y recordar algo fundamental: no todos tocan el piano… pero todos tienen algo que ofrecer.
Porque servir a Dios nunca fue cuestión de visibilidad, sino de disponibilidad. Nunca se trató de quién está más cerca del micrófono, sino de quién está más cerca del corazón de Dios. Y lo cierto es que el cuerpo de Cristo está formado por muchas partes, cada una diferente, cada una necesaria, cada una con un papel que no se puede reemplazar.
La persona que limpia el salón antes de que llegue la gente, está adorando.
El que hace el diseño del cartel que nadie notó, está predicando.
La que prepara el café para los voluntarios, está pastoreando corazones cansados.
El que se acerca a orar por alguien que vino por primera vez, está profetizando esperanza.
A veces olvidamos que el don más grande no es el que suena más fuerte, sino el que más se parece a Jesús: servir.
Y todos —todos— tenemos algo con lo cual podemos servir.
No permitas que la comparación apague tu llamado. No pienses que porque no haces lo mismo que otro, tu parte no importa. No te frustres si tu talento no es el que aparece en redes sociales o no tiene un reflector encima. Dios no mide por exposición, mide por intención.
Jesús se tomó el tiempo de honrar a una viuda que echó unas pocas monedas, no por la cantidad, sino por el corazón con el que lo hizo. Porque así es el Reino: el valor no lo determina el volumen, sino la entrega.
Así que, si alguna vez has sentido que no tienes un “gran talento”, quiero recordarte esto: lo que tú tienes, Dios lo puede usar. Y no solo eso… Dios quiere usarlo.
Tal vez no tocas el piano, pero puedes escuchar a alguien.
Tal vez no cantas, pero puedes cuidar niños con ternura.
Tal vez no predicas, pero puedes acompañar a alguien en su dolor.
Tal vez no sabes qué haces todavía… pero estás dispuesto.
Y eso, para Dios, es más que suficiente.