
No me diste este don para mí: me lo diste para Ti
Hay algo que sucede cuando descubrimos que somos buenos en algo. Se despierta en nosotros una chispa, una emoción, una sensación de propósito. Y eso es bueno. Dios nos creó con talentos y dones específicos, y descubrirlos puede ser una de las experiencias más emocionantes de la vida. Pero también puede ser una de las más peligrosas… si olvidamos para quién nos los dio.
Porque sí, Dios te dio ese don. Te hizo con intención. Lo puso en tus manos. Pero no lo hizo para que fuera tuyo solamente. No lo hizo para que te hiciera famoso. No lo hizo para que construyeras tu reino personal. No lo hizo para que te compararas con otros, ni para que buscaras validación. Te lo dio para Él.
Y esto es algo que tenemos que recordarnos constantemente como creativos, músicos, líderes, diseñadores, técnicos o comunicadores: nuestros dones no son para que se nos reconozca a nosotros, sino para que se reconozca a Cristo a través de nosotros.
Es fácil caer en la trampa de usar los dones como vitrinas de nuestra identidad. Pero nuestra identidad no está en lo que sabemos hacer, sino en Aquel que nos llamó. No somos lo que hacemos… somos hijos de Dios que, por gracia, podemos hacer algo para Él.
Cuando recordamos esto, cambia completamente la manera en que usamos nuestro don. Ya no se trata de sobresalir, sino de servir. Ya no se trata de recibir atención, sino de dirigirla hacia Jesús. Ya no se trata de que la gente diga “qué talento tienes”, sino que digan “qué bueno es Dios”.
Hay un momento en el que todo servidor debe tener una conversación honesta con Dios y decirle: “Este don no me lo diste para mí. Me lo diste para Ti.” Y esa frase, aunque parezca sencilla, cambia todo. Cambia tu motivación. Cambia tu enfoque. Cambia tu espíritu. Cambia tu manera de servir.
Y sí, hay lugar para disfrutar lo que haces. Sí, puedes sentirte agradecido por el reconocimiento que a veces viene. Pero el corazón siempre debe regresar al altar y recordar: “Señor, esto es tuyo. Úsalo para tu gloria.”
Así que si hoy te has sentido tentado a usar tu don para ganar algo personal, o si has sentido que tu motivación se ha ido desviando, vuelve a recordar: Él te lo dio, y te lo dio con propósito. No para ti… sino para Él.
Y en esa entrega, paradójicamente, es cuando más pleno te sentirás. Porque cuando algo se usa para el propósito correcto, funciona mejor. Y no hay nada más pleno que usar tu vida para glorificar a Dios.