Anda más de prisa, que llegamos tarde
La canción “Arre Borriquito” es una tradición navideña que muchos hemos escuchado desde pequeños. Aunque es una melodía sencilla y alegre, es curioso cómo su mensaje encierra una verdad con la que muchos de nosotros podemos identificarnos: la prisa. Es un llamado urgente a no llegar tarde a un evento tan importante como el nacimiento del Salvador.
Lo cierto es que esta idea no está muy alejada de nuestra realidad, especialmente en el trabajo ministerial durante la Navidad. Con tantos ensayos, programas especiales, decoraciones, presentaciones y reuniones, es fácil sentirse abrumado y atrapado en el apuro. La prisa se convierte en compañera inseparable de las festividades, y como voluntarios, muchas veces llevamos ese peso con la esperanza de bendecir a otros.
A través de esta entrada, quiero recordarte algo fundamental: todo este esfuerzo no es en vano. El trabajo que realizas es una semilla que florece en los corazones de aquellos a quienes sirves. Sin embargo, también es importante no dejar que la prisa nos impida estar presentes y conscientes de lo que Dios está haciendo en medio de nosotros.
Por eso, quiero compartir contigo tres consejos prácticos para que la prisa no nos robe la oportunidad de disfrutar y participar plenamente en esta temporada especial.
1. Anticipa el trabajo
Uno de los mayores aliados para evitar el caos de última hora es la anticipación. Planificar y ejecutar tareas con tiempo no solo nos ayuda a manejar mejor la carga de trabajo, sino que también nos permite estar presentes cuando realmente importa.
Si puedes, organiza los ensayos, prepara los materiales y afina los detalles antes de los días más intensos. De esa manera, cuando llegue el momento de las presentaciones o eventos especiales, no estarás corriendo de un lado a otro, sino disfrutando de cómo todo cobra vida.
Recuerda: la excelencia no solo está en el resultado final, sino también en la forma en que llegamos a ese resultado.
2. Recuerda a quién servimos
En medio de tanto quehacer, es fácil caer en la trampa de enfocarnos más en el trabajo que en las personas para quienes hacemos ese trabajo. Pero nunca olvidemos que el propósito detrás de todo lo que hacemos es servir a otros y, en última instancia, glorificar a Dios.
El Salvador que celebramos vino al mundo no con prisa, sino con un propósito eterno: acercarse a las personas. Sigamos ese ejemplo. No permitamos que el trabajo nos distraiga de la oportunidad de conectar con aquellos a quienes ministramos, ya sea un compañero de equipo, alguien en la congregación o incluso un visitante que necesita escuchar el mensaje del evangelio.
3. Disfruta el proceso
Sí, hay mucho por hacer. Pero, ¿qué pasaría si en lugar de solo enfocarnos en las tareas pendientes, decidiéramos disfrutar cada paso del camino?
La Navidad no es solo sobre el día final, sino sobre la preparación, la expectativa, y el gozo de trabajar para algo tan significativo. Cuando nos permitimos disfrutar del proceso, encontramos alegría incluso en los momentos más desafiantes.
Ríe en los ensayos. Celebra las pequeñas victorias en el equipo. Y sobre todo, agradece a Dios por la oportunidad de servir y participar en algo tan especial como anunciar el nacimiento del Salvador.
Reflexión final
Al igual que los pastores y los sabios que viajaron con prisa para llegar a Belén, nosotros también tenemos la oportunidad de ser testigos de algo extraordinario: el nacimiento de Jesús en los corazones de las personas a las que servimos. Pero no olvidemos que, al igual que ellos, debemos detenernos para adorar y maravillarnos ante lo que Dios está haciendo.
Así que este año, mientras cantamos “Arre Borriquito” y nos movemos con prisa para llegar a tiempo, hagámoslo con propósito y con la certeza de que nuestro trabajo tiene un impacto eterno. Sirve con excelencia, conecta con las personas, y disfruta cada momento.
¡Que esta Navidad sea un tiempo de gozo, gratitud y encuentro con Dios!